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sábado, 28 de julio de 2012

Levantando Muros


Érase que se era un rapaz de Rusecu que se llamaba Tonín. Era Tonín aparte de guapu, muy callau y muy prudente, vivía con la madre y se mantenían con lo que la tierra yos daba y con lo que podían vender. Cada viernes la madre llenaba un cestu con quesos, mantecas, jabas y huevos, y bajaba Tonín muntau ena burra hasta Posada a vendelo al mercau.


Un viernes cualquiera llegó a la plaza y poniose en rincón de siempre. Era un día de sol y de mucha xente y eso facilitó la venta, enseguida vendió tou lo que llevaba y cuando estaba recogiendo el puestu llegó una rapaza muy guapa a preguntar si tenía jabas verdinas. Tonín estaba acostumbrau a vender y a cobrar, pero no a dar conversación ya que era muy tímidu, así es que, como podió explicoi a la moza que no tenía jabas hasta el viernes siguiente. Ella, muy apesadumbrada dijoi que era de Llanes y que no solía venir muy a menudu a Posada, que tou lo compraba en mercau de la Villa.


La conversación duró varios minutos y después ella despidiose con un simple gracias y una amplia sonrisa, sin saber, que aquel rapaz ya nunca más sería el mismu.

El recuerdu de aquella rapaza taladroy el cerebru a toas horas del día y de la noche durante toa la semana, pero Tonín confiaba muchu en el destinu y sabía que el próximu mercau la vería.
Al siguiente viernes, muntau ena burra y con el cestu llenu de jabas verdinas, emprendió Tonín el camín a Posada más ilusionau que nunca, pero pasó un viernes, y dos, y tres, y diez y non golvió a ver a aquella rapaza.

Tonín pensó muchu en ella, y se vio como si fuera en una barca bajando pel ríu, dejándose llevar por la corriente, y cayó en la cuenta de que si quería consiguir lo que quería… tendría que empezar a remar.

Nunca se había planteau la idea de ir a vender a Llanes, pero después de conocer aquella moza tan guapa, la idea empezó a rondai la cabeza.

En busca de que algunu lu aconsejara, acercóse al puestu del pescau, el dueñu era un rapaz que conocía Tonin de vese enos mercaos y que tenía una gran experiencia porque vendía en to los pueblos de la zona.

El pescaderu animó muchu a Tonín diciéndoi que allí iba a vender más al haber más gente y que inclusu podía poner la mercancía más cara.
—¡Hay que ser atrevidu Tonín, esti mundu pertenece a los valientes! —dijo el pescaderu dándoi una palmada en la espalda.
“El mundu pertenece a los valientes”, aquella frase retumbó durante días en la cabeza de Tonín, era el empujón que necesitaba y como últimu pasu comentóilo a la madre y ella mostrose totalmente de acuerdu.

Al siguiente martes, tempranín, preparó Tonín la burra y el cestu y poniose camín de Llanes guiau por la imagen d’aquella moza.
Pasó Posada, pasó Quintana despacín por si estaba el radar y al llegar a Balmori paró ena juente a que la burra bebiera. Mientras la burra bebía elli empezó a pensar:
“¿Y si llego a la Villa y non jallo onde jacen el mercau? Igual Llanes é grandísimu y me pierdo… y cuando encuentre el sitiu ya é tardi y no hay xente… y tengo que dar la güelta sin verder nada…”
Pensó y pensó hasta que se vía en imágenes perdíu preguntando a todos onde se jacía el mercau. Entroy tantu miedu, que se muntó ena burra y dio la güelta pa Rusecu y explicoy a la madre lo que había pasau.

La madre no se sorprendió porque conocía bien a Tonín y sabía desde siempre que los miedos lu echaban atrás.

El viernes golvió a Posada y acercase a jablar con el pescaderu que no paraba de cuntai maravillas de la Villa, de las mozas tan guapas que había y de lo bien que se vendía la mercancía allí.

El martes, tempranín, poniose otra vez Tonín camín de Llanes y paró en Balmori a que la burra bebiera. Iba decididu, nada lu iba a frenar, o eso creía él, pero no tardaren muchu los pensamientos negativos en golvelu a asaltar y empezó a levantar muros onde no los había:
—Pues paece que se nubló y pa la mar está muy negru… ¿Y si se pon a llover?
Como en una película viose a elli mismu llendo per Celoriu allá y de repente se ponía a tronar y a llover como si dieran palos y llegaba a Llanes como una sopa, muyau, pintando… y habían suspendidu el mercau por el agua… y no vendía nada, ni vía a la mocina.

Dejose Tonín embriagar pol miedo y desde la juente de Balmori dio la güelta pa Rusecu y cuntoi a la madre que había tenidu muchu miedu a que lloviera.
—El viernes —dijo ella— con lo que saques de la venta, compras un impermeable.
A la semana siguiente, volvió Tonín a subise a la burra, con el cestu llenu y el impermeable por si llovía y poniose en camín mentalizau de que por nada del mundiu podía dar la güelta.

Llegó a Balmori y paró a que la burra bebiera, mientras la burra bebía empezaren a llegai ideas raras a la cabeza… pero no quiso que el miedu lu invadiera y muntose ena burra y siguió camín.
Al llegar al cruce de Celoriu la burra se afanaba muchu y paró a descansar debajo de un árbol que había onde la estación de tren, y Tonín una vez más, empezó a pensar:
“¿Y si se pon mala la burra? Nunca anduvo tantos kilómetros, a ver si se pon coxa y después non puede jacer los riegos pa plantar las jabas… o lo peor, ¡a ver si se muere por forzar tantu el corazón de la caminata!”
¡Buf! Que miedu. Otra vez empezó Tonín a levantar muros onde no los había y desde Celoriu dio la güelta pa casa.

La madre era muy prudente como él y no solía riñilu, pero aquel día no lo pudo resistir:
—Los miedos frenan los objetivos Tonín, levantas muros onde no los hay. Cuando te encuentres con un problema tienes que afrontalu, porque si no, esa situación se ti presentará una y otra vez… si llueve, pones el traje de agua, si la burra cansa, pues te paras, y si te pierdes per Llanes… pues preguntas.
A los muros que él levantaba se sumaba el sentimientu de fracasu y eso lu frenaba aún más, así es que, al siguiente martes ni lo intentó. Aconsejau por la madre, llevó la burra al jerreru a que la calzara, pa que estuviera preparada por si Tonín intentaba dir otra vez a Llanes.

Pasó un día, y dos, y tres, y diez, y la idea de conocer a aquella mocina tan guapa no desapaecía de la cabeza de Tonín y decidió una vez más ponese camín de la Villa.

Pasó Posada, Quintana y al llegar a Balmori, como siempre, paró la burra a beber. Paecía que no había problema, la pollina estaba recién jerrada, así es que se muntó en ella y siguió caminando.

Pasó Celoriu y al llegar a las Conchas de Poo, paró a que la burra descansara y mientras esperaba no logró parar los pensamientos esos raros y siempre negativos que lu asaltaban:
“Llevo el cestu cargau de verdinas, ¿y si no las vendo? A lo mejor la gente de la Villa prefiere negritos, o jabas pintas… ¿Y si me pierdo al salir de allá y se mi hace tarde y me pesca el oscurecer sin llegar a casa?”
Al momento ya se vio como en una película perdíu ena oscuridá, de aquí pallá con la burra… y sin poder resistilo, dio la güelta pa casa.

La madre cuando lu vio llegar no y preguntó nada, no quiso saber que clase de miedu lu había asaltau y él tampocu dijo ni palabra.
Después de tanta ida y venida Tonín decidió que no iba a intentar ir más a la Villa, se conformaba con lo que vendía en Posada y renunciaba a la idea de volver a ver a la mocina aquella tan guapa.

El viernes como siempre, garró el cestu y la burra y fue al mercau, cuando acabó la venta acercase a saludar al pescaderu, que-y dijo algo que volvió a cambiai toas las ideas:

—¡Hombre Tonín! El otru día mi preguntó una rapaza por ti.—¿Por mí?—Si, buenu, o creo que sería por ti, porque preguntomi por un rapaz que vendía jabas en Posada, que si te conocía mi dijo, yo en esi momentu non caí, pero después que se fue dime cuenta que serías tú.—¿Onde era?—Pues de Llanes.
Joder, joder, aquello lo cambiaba tou, ahora sí que había que armase de valor y no dejar que la barca bajara a la deriva pel ríu, era hora de remar.

Madrugó y llenó bien el cestu sin olvidar el traje de agua por si llovía. Pasó Posada, Quintana y en Balmori paró a que la burra bebiera. Intentó no pensar en nada, por si acasu, muntóse ena burra y siguió camín.

Tiqui taco, tiqui taco, pasó Celoriu, pasó Póo y a la entrada de Llanes paró debajo d’un árbol a que la burra descansara un pocu. Mientras refrescaba la burra, ¿Qué hizo Tonín? Pues eso, pensar:
“¿Y si llego al mercau y se presenta la mocina? ¿Qué hago? ¿Qué-y digo? ¿Y si ya tien noviu? O lo peor… ¿Y si está casada y se presenta a comprar con el maridu?”
Ni cortu ni perezosu… dio la güelta pa’casa.

En aquella casa no se golvió a nombrar lo de ir a la Villa, pasó una semana, y dos, y tres, y diez y un día muy tempranu, estando Tonín ena cama, joi la madre a despertalu:
—¡Arriba Tonín! ¡Qué nos vamos!—¿A onde?—A derribar muros.
Salió Tonín allá juera y ya tenía la madre la burra enganchada al carru, el cestu llenu y dos paraguas por si llovía. La madre llevaba las riendas y sin dar tiempu a que Tonín protestara, emprendió camín.

Pasaren Posada, Quintana y en Balmori pararen a que la burra bebiera.

—Mamá, ¿y si cuando lleguemos a Llanes no jallamos el mercau?
—Pues preguntamos Tonín, preguntamos.
La madre ajarrió la burra y un pocu más alla dijo Tonín:
—Parece que nubló. ¿Non lloverá?
—Traemos paraguas hiju.
A pasar por Celoriu:
—Madre… ¿no se pondrá coxa la burra de tantu andar?
—No te preocupes, está recién jerrada.
Pocu a pocu, tiqui taco, llegaren a Póo, cuando más allá iban, más afloraban los miedos de Tonín:
—Madre… ¿y si la gente de la Villa no quier la mercancía que llevamos?
—No te preocupes —dicia la paciente mujer— llevamos el carru bien cargau de tou y si vemos que no hay venta bajamos los precios.
Llegaren a la entrada de Llanes y pararen un ratín a que la burra descansara, Tonín estaba muy nerviosu, porque sabía que la madre, decidida como era, no iba a parar ni a dar la güelta pa casa, y hoy, quisiera o no, iba a enfrentase a sus mayores miedos. Pero por ver si la madre dudaba se atrevió a preguntar:
—¿Y si el mercau acaba tarde y al volver nos pesca la noche?
—Tranquilu, la noche no nos va garrar y si así fuera trayo una linterna escondida.
Tonín se hartó de levantar muros, pero la madre todos los derribaba, no había quien pudiera con ella.

Sin remediu el rapaz viose al lau del mercau, pero los miedos de volver a ver a la mocina los tuvo que tragar, no se atrevió a comentai nada a la madre.

Montaren el puestu y enseguida vino gente interesada en comprar, se estaba dando bastante bien la mañana, Tonín vendía y cobraba mientras echaba un oju a la gente por si vía a la mocina, pero nada, no venía.

Ya casi habían acabau la mercancía y la madre estaba muy contenta porque la habían vendidu a buen preciu. Algunos puestos empezaban a recoger y el mercau estaba llegando a su fin.

La madre fue a una taberna cercana a comprar dos bocadillos pal viaje de güelta mientras el hiju recogía el puestu. En una d’estas, divisa a lo lejos lo que llevaba con ganas de ver más de un mes, y de dos, y de tres, y de diez, la mocina de sus sueños, de su alma y de su corazón.

Venía con pasu decididu, guapa como ella era, y la pulsación de Tonín poniose a doscientos y el estómagu se retorció como la bayeta de fregar. Por fin iba a escuchar aquella voz que un día y había cambiau la vida sin ella querelo, sin ella sabelo.

Cuando paecía que ella iba a llegar a onde él, giró y fue al puestu del pescau, y a Tonín Cayoi lo que traía enas manos al ver como ella plantaba un largu e intensu besu enos labios del pescaderu.
El tiempu se paró y Tonín estaba inmóvil viendo la escena y reaccionó al oir como el pescaderu lu llamaba en voz muy alta:
—¡Tonín, Tonín! Mira, ti presento a la mi moza.
—Hola –dijo ella con voz tímida.
—¿Te acuerdas que ti comenté que una rapaza de Llanes mi había preguntau por ti?
—Sí.
—Pues era ella, se llama Merche. Hablando y hablando… nos hicimos novios.
El viaje de güelta fue horrible pa Tonín, pero al menos venía liberau de todos los miedos. Gracias a la madre había derribau los muros que su mente construía sin cesar y por una vez tenía que dai la razón al pescaderu. ¡Esti mundu es de los valientes!

Pues hasta aquí la historia de Tonín. 

Un valiente no es el que no tien miedu, sino el que tien miedu y sabe plantay cara. ¡Santiagueros! Que nunca nada vos eche atrás a la hora de honrar a vuestru santu patrón.

¡Viva Santiago! (y San Antoniu, claru)

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