Un viernes cualquiera llegó a la plaza y se puso en el rincón de siempre. Era un día de sol y de mucha gente y eso facilitó la venta, enseguida vendió todo lo que llevaba y cuando estaba recogiendo el puesto llegó una chica muy guapa a preguntar si tenía alubias verdinas. Tonín estaba acostumbrado a vender y a cobrar, pero no a dar conversación ya que era muy tímido, así es que, como pudo le explicó a la chica que no tenía alubias hasta el viernes siguiente. Ella, muy apesadumbrada le dijo que era de Llanes y que no solía venir muy a menudo a Posada, que todo lo compraba en mercado de la Villa.
La conversación duró varios minutos y después ella se despidió con un simple gracias y una amplia sonrisa, sin saber, que aquel hombre ya nunca más sería el mismo.
El recuerdo de aquella mujer le taladró el cerebro a todas horas del día y de la noche durante toda la semana, pero Tonín confiaba mucho en el destino y sabía que en el próximo mercado la vería.
Al siguiente viernes, montado en la burra y con el cesto lleno de alubias verdinas, emprendió Tonín el camino a Posada más ilusionado que nunca, pero pasó un viernes, y dos, y tres, y diez y no volvió a ver a aquella chica.
Tonín pensó mucho en ella, y se vio como si fuera en una barca bajando por el río, dejándose llevar por la corriente, y cayó en la cuenta de que si quería conseguir lo que quería… tendría que empezar a remar.
Nunca se había planteado la idea de ir a vender a Llanes, pero después de conocer aquella chiquilla tan guapa, la idea empezó a rondarle la cabeza.
En busca de que alguien le aconsejara, se acercó al puesto del pescado, el dueño era un chaval que conocía Tonin de verse en los mercados y que tenía una gran experiencia porque vendía en todos los pueblos de la zona.
El pescadero animó mucho a Tonín diciéndole que allí iba a vender más al haber más gente y que incluso podía poner la mercancía más cara.
—¡Hay que ser atrevido Tonín, este mundo pertenece a los valientes! —dijo el pescadero dándole una palmada en la espalda.“El mundo pertenece a los valientes”, aquella frase retumbó durante días en la cabeza de Tonín, era el empujón que necesitaba y como último paso, se lo comentó a la madre y ella se mostró totalmente de acuerdo.
Al siguiente martes, temprano, preparó Tonín la burra, el cesto y se puso camino de Llanes guiado por la imagen de aquella chica.
Pasó Posada, pasó Quintana despacito por si estaba el radar y al llegar a Balmori paró en la fuente a que la burra bebiera. Mientras la burra bebía él empezó a pensar:
“¿Y si llego a la Villa y no encuentro donde hacen el mercado? Igual Llanes es grandísimo y me pierdo… y cuando encuentre el sitio ya es tarde y no hay gente… y tengo que dar la vuelta sin verder nada…”Pensó y pensó hasta que se veía en imágenes perdido preguntando a todos donde se hacía el mercado. Le entró tanto miedo, que se montó en la burra y dio la vuelta para Rioseco y le explicó a la madre lo que le había pasado.
La madre no se sorprendió porque conocía bien a Tonín y sabía desde siempre que los miedos lo echaban atrás.
El viernes volvió a Posada y se acercó a hablar con el pescadero que no paraba de contarle maravillas de la Villa, de las mozas tan guapas que había y de lo bien que se vendía la mercancía allí.
El martes, temprano,se puso otra vez Tonín camino de Llanes y paró en Balmori a que la burra bebiera. Iba decidido, nada lo iba a frenar, o eso creía él, pero no tardaron mucho los pensamientos negativos en volverle a asaltar y empezó a levantar muros donde no los había:
—Pues parece que se nubló y para el mar está muy negro… ¿Y si se pone a llover?Como en una película, se vio a él mismo yendo por Celorio y de repente se ponía a tronar y a llover muy fuerte y llegaba a Llanes como una sopa, mojado… y habían suspendido el mercado por el agua… y no vendía nada, ni veía a la chica.
Se dejó Tonín embriagar por el miedo y desde la fuente de Balmori dio la vuelta para Rioseco y le cuntó a la madre que había tenido mucho miedo a que lloviera.
—El viernes —dijo ella— con lo que saques de la venta, compras un impermeable.A la semana siguiente, volvió Tonín a subirse a la burra, con el cesto lleno y el impermeable por si llovía y se puso en camino mentalizado de que por nada del mundo podía dar la vuelta.
Llegó a Balmori y paró a que la burra bebiera, mientras la burra bebía empezaron a llegarle ideas raras a la cabeza… pero no quiso que el miedo lo invadiera y se montó en la burra y siguió camino.
Al llegar al cruce de Celorio la burra respiraba muy fuerte y paró a descansar debajo de un árbol que había donde la estación de tren, y Tonín una vez más, empezó a pensar:
“¿Y si se pone mala la burra? Nunca ha andado tantos kilómetros, a ver si se pone coja y después no puede hacer los riegos para plantar las alubias… o lo peor, ¡a ver si se muere por forzar tanto el corazón de la caminata!”¡Buf! Que miedo. Otra vez empezó Tonín a levantar muros donde no los había y desde Celorio dio la vuelta para casa.
La madre era muy prudente como él y no solía reñirle, pero aquel día no lo pudo resistir:
—Los miedos frenan los objetivos Tonín, levantas muros donde no los hay. Cuando te encuentres con un problema tienes que afrontarlo, porque si no, esa situación se te presentará una y otra vez… si llueve, pones el traje de agua, si la burra se cansa, pues te paras, y si te pierdes por Llanes… pues preguntas.A los muros que él levantaba se sumaba el sentimiento de fracaso y eso lo frenaba aún más, así es que, al siguiente martes ni lo intentó. Aconsejado por la madre, llevó la burra al herrero a que la calzara, para que estuviera preparada por si Tonín intentaba ir otra vez a Llanes.
Pasó un día, y dos, y tres, y diez, y la idea de conocer a aquella chica tan guapa no desaparecía de la cabeza de Tonín y decidió una vez más ponerse camino de la Villa.
Pasó Posada, Quintana y al llegar a Balmori, como siempre, paró la burra a beber. Parecía que no había problema, la pollina estaba recién herrada, así es que se montó en ella y siguió caminando.
Pasó Celorio y al llegar a las Conchas de Poo, paró a que la burra descansara y mientras esperaba no logró parar los pensamientos esos raros y siempre negativos que lo asaltaban:
“Llevo el cesto cargado de verdinas, ¿y si no las vendo? A lo mejor la gente de la Villa prefiere negritos, o alubias pintas… ¿Y si me pierdo al salir de allá y se me hace tarde y me coge la noche sin llegar a casa?”Al momento ya se vio como en una película perdido en la oscuridad, de aquí para allá con la burra… y sin poder resistirlo, dio la vuelta para casa.
La madre cuando lo vio llegar no le preguntó nada, no quiso saber que clase de miedo lo había asaltado y él tampoco dijo ni palabra.
Después de tanta ida y venida Tonín decidió que no iba a intentar ir más a la Villa, se conformaba con lo que vendía en Posada y renunciaba a la idea de volver a ver a la chica aquella tan guapa.
El viernes como siempre, cogió el cesto, la burra y fue al mercado, cuando acabó la venta se acercó a saludar al pescadero, que le dijo algo que volvió a cambiarle toas las ideas:
—¡Hombre Tonín! El otro día me preguntó una chica por ti.
—¿Por mí?—Si, bueno, o creo que sería por ti, porque me preguntó por un chico que vendía alubias en Posada, que si te conocía me dijo, yo en ese momento no caí, pero después que se fue me di cuenta que serías tú.—¿ de donde era?—Pues de Llanes.Joder, joder, aquello lo cambiaba todo, ahora sí que había que armarse de valor y no dejar que la barca bajara a la deriva por el río, era hora de remar.
Madrugó y llenó bien el cesto sin olvidar el traje de agua por si llovía. Pasó Posada, Quintana y en Balmori paró a que la burra bebiera. Intentó no pensar en nada, por si acaso, se montó en la burra y siguió camino.
Tiqui taco, tiqui taco, pasó Celorio, pasó Póo y a la entrada de Llanes paró debajo de un árbol a que la burra descansara un poco. Mientras refrescaba la burra, ¿Qué hizo Tonín? Pues eso, pensar:
“¿Y si llego al mercado y se presenta la chiquilla? ¿Qué hago? ¿Qué le digo? ¿Y si ya tiene novio? O lo peor… ¿Y si está casada y se presenta a comprar con el marido?”Ni corto ni perezoso… dio la vuelta para ’casa.
En aquella casa no se volvió a nombrar lo de ir a la Villa, pasó una semana, y dos, y tres, y diez y un día muy temprano, estando Tonín en la cama, fue la madre a despertarlo:
—¡Arriba Tonín! ¡Qué nos vamos!
—A derribar muros.
—¿A donde?Salió Tonín allá fuera y ya tenía la madre la burra enganchada al carro, el cesto lleno y dos paraguas por si llovía. La madre llevaba las riendas y sin dar tiempo a que Tonín protestara, emprendió camino.
Pasaron Posada, Quintana y en Balmori pararon a que la burra bebiera.
—Mamá, ¿y si cuando lleguemos a Llanes no encontramos el mercado?
—Pues preguntamos Tonín, preguntamos.La madre apuraba a la burra y un poco más alla dijo Tonín:
—Parece que nubló. ¿No lloverá?
—Traemos paraguas hijo.Al pasar por Celorio:
—Madre… ¿no se pondrá coja la burra de tanto andar?—No te preocupes, está recién herrada.Poco a poco, tiqui taco, llegaron a Póo, cuanto más allá iban, más afloraban los miedos de Tonín:
—Madre… ¿y si la gente de la Villa no quiere la mercancía que llevamos?—No te preocupes —decia la paciente mujer— llevamos el carro bien cargado de todo y si vemos que no hay venta bajamos los precios.Llegaren a la entrada de Llanes y pararon un ratito a que la burra descansara, Tonín estaba muy nervioso, porque sabía que la madre, decidida como era, no iba a parar ni a dar la vuelta para casa, y hoy, quisiera o no, iba a enfrentarse a sus mayores miedos. Pero por ver si la madre dudaba se atrevió a preguntar:
—¿Y si el mercado acaba tarde y al volver nos coge la noche?—Tranquilo, la noche no nos va a coger y si así fuera traigo una linterna escondida.Tonín se hartó de levantar muros, pero la madre todos los derribaba, no había quien pudiera con ella.
Sin remedio, el chaval se vio al lado del mercado, pero los miedos de volver a ver a la chica los tuvo que tragar, no se atrevió a comentarle nada a la madre.
Montaron el puesto y enseguida vino gente interesada en comprar, se estaba dando bastante bien la mañana, Tonín vendía y cobraba mientras echaba un ojo a la gente por si veía a la chiquilla, pero nada, no venía.
Ya casi habían terminado la mercancía y la madre estaba muy contenta porque la habían vendido a buen precio. Algunos puestos empezaban a recoger y el mercado estaba llegando a su fin.
La madre fue a una taberna cercana a comprar dos bocadillos para el viaje de vuelta mientras el hijo recogía el puesto. En una de estas, divisa a lo lejos lo que llevaba con ganas de ver más de un mes, y de dos, y de tres, y de diez, la mujer de sus sueños, de su alma y de su corazón.
Venía con paso decidido, guapa como ella era, y la pulsación de Tonín se puso a doscientos y el estómago se retorció como la bayeta de fregar. Por fin iba a escuchar aquella voz que un día le había cambiado la vida sin ella quererlo, sin ella saberlo.
Cuando parecía que ella iba a llegar a donde él, giró y fue al puesto del pescado, y a Tonín se le cayó lo que traía en las manos al ver como ella plantaba un largo e intenso beso en los labios del pescadero.
El tiempo se paró y Tonín estaba inmóvil viendo la escena y reaccionó al oir como el pescadero lo llamaba en voz muy alta:
—¡Tonín, Tonín! Mira, te presento a mi novia.—Hola –dijo ella con voz tímida.—¿Te acuerdas que te comenté que una chica de Llanes me había preguntado por ti?—Sí.—Pues era ella, se llama Merche. Hablando y hablando… nos hicimos novios.El viaje de vuelta fue horrible para Tonín, pero al menos venía liberado de todos los miedos. Gracias a la madre había derribado los muros que su mente construía sin cesar y por una vez tenía que darle la razón al pescadero. ¡Este mundo es de los valientes!
Pues hasta aquí la historia de Tonín.
Un valiente no es el que no tiene miedo, sino el que tiene miedo y sabe plantarle cara. ¡Santiagueros! Que nunca nada os eche atrás a la hora de honrar a vuestro santo patrón.
¡Viva Santiago! (y San Antonio, claro)
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