Ads 468x60px

Labels

martes, 11 de septiembre de 2012

El 11-S


Era a principios d’esti mes, por fin, como vos digo, había llegau el veranu y había una calor que te prendías, to los dies venían güenos y to los vecinos dicían que esto no era normal, que igual era a cuenta d’eso que dicen ena tele del cambiu climáticu o vete tú 
a saber.

El casu é que jaciemos un conceyu pa jablar entre todos el tema y había opiniones de toas clases, algunos dicían que no había que jacer casu, que el tiempo a veces está algo tochu, otros dicían que había que sacar al santu de procesión pa que lloviera un pocu, otros que había que dir al ayuntamientu a pidir que nos instalen a todos aire acondicionau enas casas y enas cuadras… en fin, que ningunu sabía bien lo que pasaba y no se ponían de acuerdu.
Entonces se decidió esperar unos díes más a ver qué pasaba y si el veranu se imponía y no dejaba entrar el otoñu… pues ya tomaríamos medidas.

Buenu, pues así pasó, así se dejó. Pero el otru día, tábamos en casa y de repente suena un ruidu estrepitosu, non sabíamos que era, nunca se había sintidu un ruidu igual aquí.
Asomamos el jocicu a la puerta y ¡Mecagon ross! Había una ventolera, cosa fina la ventolera que había y víase asi a lo lejos un ventilador grandísimu.
Pues que será, ¿que no será? Empezaren toas las muyeres a revolucionase, que si esto, que si es lo otro… entós, yo no me atrevía a salir y las oyo dicir que seguru que es un ventilador gigante que mandaría el ayuntamiento pa eso del calor.

Buenu, pues yo pensé que igual era verdá, a lo mejor joren los alcaldes a quexase o algo y mandan un ventilador pa cada pueblu. Pero a mí pareciami muy raru, entós güelvo a asomame pa velo mejor y rediós, que ventilador ni que ocho cuartos, era un helicuétaru, ¡un helicuétaru en Rusecu! ¡Virgen del puñu cerrau!

Entonces güelven al trote las muyeres que por pocu m’atropellan, iban dando voces y dijiendo que no era un ventilador, que era un helicóptero, que iban a casa y que ahora golvían. ¿Pero a onde vaes sin paraguas rapazas? Y mi contestan que van a por una raja de pan y un cuchillu.

Y yo insistó: ¿Pero a onde vaeeeeees?

Entonces dime cuenta, recoño, un helicuétaru, pan y un cuchillu… va a ser… ¡el helicóptero de Tulipán! ¡Vamos a salir ena teleeeeeeee! Garré un cachu pan retorcidu y una navaya y tiré detrás d’ellas y cuando iba pel Bolugu abaju, véolas que vienen pe la Pontiga arriba a toa máquina. ¡Mecagüen otra vez en ros! ¿Pero a onde güelven? Venían a una velocidá, que paez mentira que yos duela nada tú, después se quexan.
—¿Qué pasó, a onde vaes de güelta?
—Corri, corri, que no era el de la manteca!
—Pero… ¿quién é?
—Algo raru, corri, tú corriiiiiiii.
¡Mecagüen hasta en los sapos de cría! Estas muyeres me están golviendo tocha. Que si é un ventilador, que si é el helicóptero del Tulipán… ahora que no… Voy corriendo y métome en casa, porque no había quien aguantara la ventolera, traíamos toas unos pelos que nada que envidiar a los de los psiquiátricos que salen enas películas.

Cualquiera que nos hubiera vistu, correr al trote a un cientu d’ellas, con pelos de tochas y un cuchillu ena mano… buenu, buenu, buenu… ¡¡¡salimos en “gente”!!!

Yo metimé en casa y empecé a pensar que era aquello, de onde podría venir aquello y no daba con el asuntu. Hasta que no se cómo… mi dio por mirar el calendariu… y efectivamente ¡¡¡era martes, once de setiembre, el 11—S!!!

¡Madre, madre, madre! Esto seguru que son los Talibanes que atacan otra vez. ¿Y porque van a venir a Rusecu? Si somos un pueblu insignificante, aunque nos maten a todos… no nos va a echar ningunu en falta (digo yo). Pero es que tou coincidía, un helicuétaru, sin cuntar con elli y el 11—S.

Entós salo al camín, voy corriendo a onde la capilla y tocó la campana como cuando tocan a juevu y al momento plántanse allí to los vecinos y yos digo lo que pensé:
—Que é un atentau, que vienen a por nos, que seguru que nos eligieren porque somos el pueblu más altu del valle, que enas ciudades como Nueva York eligen el edificiu más altu, pero aquí como no hay edificios grandes… nos tocó.
¡Meca! Empezaren a revolucionase todos y diz que hay que morir pero defendiéndose. Las muyeres y los guajes todos pa casa, guardamos las gallinas, metimos el gochu en cubil, cerramos toas las puertas y ventanas… y los hombres joren a la cuadra a armase de aperos, unos traían la guadaña, otros la joce, otros la pala de dientes, cordeles… y hala, ¡pallá iban a defender lo nuestru!, no sin antes, eso sí, de despedise de las muyeres y de los guajes por si non golvían. Allí todos llorando, dándoyos consejos, que si tenede cudiau, que no vos arrimés munchu, a ver si vos va tirar un misil… y otros jaciendo guardia enos edificios que más peligru tenían, que eran la capilla, el potru y la casa del alcalde.

Yo armeme de valor y decidí que iba a dir con ellos, en casa mi dicían que no, que eso era cosa de hombres y tal, pero coño, ¿no estamos luchando por la igualdá? Pues alguna muyer tien que ir porque si no, cuando salamos mañana enos periódicos van a dicir que somos unas cobardicas, toas metías en casa, unas entre las faldas de las otras. No rediós, yo vo pallá.

Diyos a todos un besu pa dime y dijiyos que si mi pasaba algo que mi cebaran el perru y los gatos, qu’esta el piensu ena dispensa. Y sin más arranqué con ellos.

Estuviemos mirando a ver per onde íbamos porque si bajábamos pe la carretera nos iban a ver e igual nos ametrallaban o algo, entonces bajamos pe los bosques de la Corrada a salir a la Jazona, después paramos en Llagu pa estudiar la situación y ver que jacíamos.

Estuviemos viendo el aparatu desde lejos y era grande el jodíu, taba posau en suelu en un peazu del Toral. Y así, asiesta que te asiesta viemos una cosa muy rara, pero que muy muy rara, un vecinu del pueblu estaba jablando con unu de los del helicóptero.

¡Ah redióssss, era Antonio, taba jablando con ellos como si nada pasara, esti… seguru que é un espía y no lo sabíamos!

Había que actuar rápidu porque aquel troye en cuestión de minutos iba a empotrase contra cualquier cosa, entonces saliemos todos pallá corriendo y dando un gritu de guerra, unos con guadañas, otros con las joces, otros con las palas y todos con la navaya mordida tipo Rambo.

Al primeru que echamos abaju joi a Antonio, que ponía cara de no saber nada, lu amordazamos y amarrámos-y las manos. Entre tantu el helicuétaru poniose a volar y ya estaba como unos siete metros p’arriba, ¡Meca! Garramos un cordel con tou y corvu tirámosilu al aparatu con tanta suerte que se enganchó enas patas esas que trae que paecen skis y colgámonos todos pa jacer pesu y… ¡echamos abaju el helicóptero tú!

Después que ya lu teníamos en baju empezamos a dai con tou lo que traíamos, con tos los aperos, el aire que lanzaba no nos dejaba ni ver, así es que dábamos hasta con los ojos cerraos.

Trompazos enas hélices, trompazos enas puertas, enos cristales… los que estaban adentro no paraban de dar voces y de dicinos que estábamos llocos.

Cuando ya aquello no se movía, dejamos que salieran el piloto y los otros y yos mandamos que se ponieran con las manos en altu y que se explicaran.

Pa nuestra sorpresa jablaban español, yos preguntábamos que era lo que tenían pensau jacer y de que conocían a Antonio. Unu por unu dijeren todos lo mismu, que Antonio los había contratau pa llevar material al monte pa jacer una cuadra en Peyín. ¿Y pensaban que íbamos a tragar aquella historieta? ¡Cuntade otra del oeste! —dicía unu.

Buenu, pues después de horas de interrogatoriu y torturas… que era verdá, que habían venidu a llevar material al monte, que no eran talibanes ni nada, que eran de Cangas.

¡Madre, madre, madre! La que habíamos montau pa nada. Y claru, ellos dicían que nos iban a denunciar y que teníamos que pagar la reparación y que se yo cuántas cosas. Entós, pa que no nos denunciaran jaciemos un tratu con ellos, yos arreglábamos el aparatu gratis y santas pascuas, nos olvidábamos del asuntu. Ellos dijieren que sí, que nos ponieramos manos a la obra.

Pues con un trozu de cinta'islante pa las hélices y sacando los abollones a golpe de martillazu… en menos de dos horas ya estaba aquello pa furruliar.

Y así joi, después estuvieren toa la tardi llevando viajes de material al Peyín pa Antonio, pa construir la cabaña allí.

El ruidu debía de oíse hasta en otros pueblos, porque empezó a subir xente pa ver aquello y hubo algunu que pagó pa dar una güeltina per encima de Posada y de las playas. Eso sí, no yos dijimos que las hélices estaban apegadas con cinta aislante, más que nada, pa que no se asustaran.

¡Ah! Y los del helicóptero, dijieren que no los llamáramos más porque no iban a golver… No sabemos por qué, igual fue que no yos gustó el pueblu o algo.

¡¡¡Peor pa ellos, si tienen muchu... que lo coman en un cocín!!!

0 comentarios:

Publicar un comentario