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viernes, 7 de septiembre de 2012

La boda del príncipe


Cuando yo nací, allá pe los setenta, o mejor dichu pel setenta y dos (el que mejores muyeres dio), mio madre me parió después de los dolores y pues era sana, no tenía que llévame al médicu pa nada, na más que pa las vacunas y eso, y resulta que me llevaba a un médicu que había muy güenu (el únicu que había) y entonces allí coincidía con otra muyer que se llamaba Paloma y que tenía otra cría chica. Y, claru, ya sabeis, las madres…:
—Ah, que cría tan guapa tienes.
—La tuya no está mal tampoco. ¿Cuándo nació?
—En Julio, ¿y la tuya?
—En Agosto.
El casu é que siguían coincidiendo ena consulta y tal. Las crías joren creciendo y jaciéndose amiguinas. Las vacunas ya eran más espaciadas y se vían menos, pero las madres mantenían el contactu y se mandaban fotos de las crías de cuando los cumpleaños y esas cosas. Pasaren los años y las crías jacieren la primera comunión y se invitaren a merendar. Después ellas ya se joren a vivir a Oviedo y ya no había tantu contactu, pero siempre nos mandábamos una postal por Navidad y nos cuntábamos como nos iba la vida. Buenu, yo pocu tenía que cuntar, que si nos había paridu la Pinta, que si habíamos vendidu La Mora… Eran chorradas que a ella sonában-y a chinu, pero que-y jacían gracia.

Sin embargu ella mi cuntaba cosas más interesantes, que estaba estudiando periodismo y qu’estaba enamorada del profesor de literatura.
Pocu después yo también i anuncié que escribía en un periódicu local.... y mas cosas.

Pasó más tiempu y ella ya era periodista y en una d’esas postales navideñas mi dijo que se había divorciau del profesor y que habían quedau como amigos. ¡Vaya por Dios! De lo malu no había críos que pudieran sufrir aquello y tenían toa la vida por delante, era sólu un bache, que se olvidaría. Después ella joise pa Méjico pa mejorar su carrera y yo ya no podía manda-y cartas porque no sabía la dirección. ¡Pocu después empece a vela dando las noticias ena televisión!

Y así hasta quél otru día fui d’excursión a Madrid y resulta que veo que hay muchu revuelu per aquellos muraos, tonces, veo una juente que diz que é La Cibeles, y yo creo que sí porque cuando yo era chica nos daba mio madre un chocolate que traía un monumento pintáu igual que aquelli. Resulta que aquella juente estaba enramada, llena de flores y digo yo:
—Coño, tantu revuelu debe de ser porque é San Juan.
Porque perequí jacen eso esi día. Pero no, porque tovía faltaba un mes. No era San Juan. Miro pa las farolas (que allí son preciosas, no como las del pueblu míu que las jacen de un ocálitu retorcidu) y veo a unos operarios del ayuntamientu qu’están enramando las farolas también. Ya no podí aguantar más la curiosidá y pregunte-y a unu d’ellos.
—Oye, ¿pa qu’enramaes tantu las juentes y las farolas?
—Pa la boda.
—¿Qué boda? ¿Quién se casa?
—Pues el Príncipe de Asturias.
Al oír la palabra Asturias… cayérenmi dos lagrimones…
—¡No mi nombre a la patria, hombre! Que me pongo tontorrona.
—Esto que ponemos en las farolas son flores de manzano, manzano asturiano.
—¡Jo! Que no mi nombres a la patria, tú, que lloro. ¿Y con quién se casa el mío Príncipe?
—Pues con una señorita que se llama Letizia que salía en televisión.
—No me jorobes que se casa con la Letizia Sabater ¡que mi da algo!
—No, mujer, con una que da las noticias en la primera.
—¿Con Leti Ortiz? ¿Una de Ribadesella?
—Sí, sí, con esa.
Mecagüen los demonios, ponime a dar saltos de alegría, la amiga mía, ¡la que nació cuando yo! Garre un taxi y mande-y al taxista que me llevara a la mismísima casa del Rey. Allí me posó. Ponime a pasar, pero, ¡ay amigu!, salieren a mi unos que paecían soldaditos de plomu a tamañu REAL y diz que no puedo pasar, que necesito un pase. Yo matábame viva explicándoyos que era amiga de la Leti, pero que si quieres arroz… Casi me tengo que pelear con ellos, buenu, a unu tebi que mordelu per un brazu.

Creí que me mataban, cuando asoma per una ventana Juan Carlos y pregunta que qué pasaba allí. Los soldaos dijiéren-y que había allí una rapaza qu’estaba tocha y Juan Carlos rompiendo el protocolo ordenó que me llevaran ante él. Antes, eso sí, me registraren bien registrada, bien sobada quedé.

Llegué ante el rey y explique-y lo que mi pasaba y entendiólo. Enseguida ordenó que me llevaran a ver a Leti. Qué alegría cuando me vio. Yo pregunte-y que si era verdá que se casaba otra vez y dijo que sí, pero que lo tenían en secretu. Bah, pues yo que pensaba que tendríes que avisar a la prensa, dar un comunicau… Mira que casase el Príncipe y no saber nada ningunu… Ella mi explicó que era pa que no los agobiaran. Buenu, pues el casu é que yo, que ya qu’estaba en Madrid… quería dir a la boda, ¿no?

Ella mi dijo que era muy difícil, porque los invitados eran muy muy importantes, Reyes y eso, pero que haría lo que pudiera. La única manera de méteme allí d’extranjis sería como camarera.
—Buenu, pues yo era camarera, algo sabré jacer, ¿no?
Pues así joi, me infiltraren allí de mesonera y lo pasé pipa. Leti estaba preciosa y podí ver al príncipe en persona, aquello paecía un cuentu de hadas, de aquellos que leíamos Leti y yo cuando éramos crías. Al final cantaren el Asturias Patria Querida y yo lloré otra vez. Buenu, había unu que se llamaba Ernesto de no sé onde, que ya lo cantaba pe la mañana, sin casase los novios. Y nada, después vieni pacá y ningunu me creyó. Fijadevos enas revistas, ya verés como salo yo sirviendo las mesas y poniendo orden a los guajes que ya me tenían podre.

Ah, diji a la Leti que cuando se cansara del vistidu que mi lu diera.

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