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viernes, 7 de septiembre de 2012

La puerta de cristal


Abrí aquella puerta de cristal, aquella que tú habías abierto hacía solo tres días, recordé la fuerza con la que tú entrabas siempre, no mirabas atrás para ver si la puerta se cerraba, sabías seguro que ella volvía siempre a su sitio.

Yo siempre te recibía con una sonrisa, me alegraba de que vinieras porque contigo tenía la conversación asegurada, y también, para que nos vamos a engañar, las discusiones.
—Buenas tardes —decías, y yo te contestaba:

—Holaaaaa! ¿Cafetín?
Tú siempre me respondías que sí, yo te lo ponía y a veces hacía otro para mí para acompañarte, como el otro día ¿te acuerdas? Y hablábamos de muchas cosas, me contabas de tus caballos, de tus yeguas, de tus potros... pero sobre todo hablábamos y recordábamos cosas de cuando íbamos a la escuela, nos reíamos de las piquillas que había entre los de un pueblo y otro, aquella piquilla era como si se heredara de padres a hijos ¿verdad?
Te conté como te recordaba yo de pequeño y también te conté una anécdota que tú protagonizaste cuando tenías unos nueve años, de la que tú no te acordabas y sin embargo yo la tenía en mi memoria con los recuerdos simpáticos de mis tiempos en la escuela. Bromeábamos mucho, como cuando tú me decías el otro día:
—Si viene la parcelaría... yo pido que me den todas las fincas en Rusecu y me hago el amu del pueblu.
Y yo te decía:
—De eso nada ¡Te tapinamos!.
Otras veces hablábamos más profundo, sobre tu accidente, sobre lo que pudo haber sido y no fue, sobre los complejos (los tuyos y los míos), sobre lo que le dijiste a aquél cura que te fue a ver cuándo despertaste, sobre tu recuperación...

Y cuando todo parecía que iba mejor, viene alguien y te hace esa pregunta que te hacen muchas veces:
—¿Sabes quién se murió?
Y sin que me diera tiempo a preguntar.
—¿Quién?
Dijeron tu nombre.

Pasé toda la mañana pensando en que alguien vendría y me diría que era mentira, que se habían confundido o que simplemente era un bulo, pero no fue así, no vino nadie, y los que venían lo único que hacían era confirmar que todo era verdad.

Me fui, y cuando llegué por la tarde vi la puerta de cristal, esa puerta de cristal que tú abrías con tanta fuerza, y en ella había colgada una esquela, era la tuya, nadie vino a decirme que todo era mentira, la puerta de cristal revelaba que todo era cierto. Abrí la puerta con tanta fuerza como lo hacías tú, con un poco de rabia, la verdad.

Me fui a la cafetera y me hice un café, cortado, como si fuera para ti y me paré a mirar los pocillos, aquellos que tú tantas veces habías usado, pensé que quizás me estarías viendo, pensé que si estuvieras allí te tomarías uno conmigo, pensé... tantas cosas...

Ahora estoy segura de que andas por ahí, mirándonos y mandándonos un poco de la fuerza que tú desprendías, de la fuerza que a ti te sobraba.

Vete y busca a Santiago, dile que te deje su caballo blanco para dar una vuelta con él, y pórtate bien, para que te lo deje todos los días. Trota con él, trota, siéntete libre como el viento y cuando veas una puerta, ábrela con fuerza, como siempre, aunque no sea de cristal, algo bueno te aguardará detrás de ella, quizás otra camarera que te diga:
—Hola Juanma, ¿cafetín?
QUELY 28 DE ABRIL DEL 2005.

(Para Juanma el de Vibañu, un gran tipo)

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