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lunes, 30 de julio de 2012

Azul Marino (c)

Hay que ver como cambió la vida en pocos años, me refiero a la de los pueblos, me imagino que en las ciudades no haya cambiado tanto.

Me acuerdo de aquellos tiempos, preciosos tiempos, de cuando yo iba a la escuela, primero a Vibaño y después a Lledias. Cuando llegábamos por la tarde, lo primero era ir a quitar la ropa, era una obligación porque si la ensuciabas… a ver que llevabas al otro día. Tenía que durarte toda la semana, quitando el día que teníamos gimnasia, que llevábamos aquellos chándal azúl marino, porque en aquella época te lo compraban todo de ese color para que fuera sufrido. Que mirando el diccionario, la palabra sufrido, pone:

  1. Que sufre sin resignación, sin queja.
  2. Muy resistente al uso, color sufrido, tela sufrida.
  3. Dícese del marido consentidor.
Bueno, pues en el diccionario Riosecano era siempre la número dos, muy resistente a la suciedad y al uso. Oséa, que podías traer un montón de mugre encima, pero no se notaba. Si te compraban una falda, tenía que ser azul marino, porque así, si te sentabas en el suelo de la que venías de la escuela… no se notaba. Si te tejían una chaqueta, lana azul marino, ¡jopé! Decias: “mamá, este año les voy a encargar a los reyes unos playeros blancos para ir a gimnasia los miércoles.” Y cuando llegaba el seis de Enero, abrías el regalo y los Reyes te habían dejado unos “campin” azul marino.

Desde luego, los Reyes que venían a mi casa, no tenían ni puta idea de lo que me gustaba, tenían el mismo gusto que mi madre, ¡que fijación con ese color! ¿Cómo querían que vieramos la vida de color rosa, si estaba todo inundado de color sufrido?

Sigo. Quitábamos la ropa nada más llegar de la escuela y preparábamos un bocadillo. Encima de la mesa, la mayoría de los días encontrábamos un papel informativo donde encontrabas instrucciones claras de lo que tenías que hacer y a donde ir:
“Estamos en el Recostrón, ir para allá y llevais una azada. Estamos en Jutornero, bajais con un rastrillo. Estamos esparciendo abono en la pasera, bajais con una pala ”.
¡Hala!, con el bocadillo en una mano y el arma de trabajar en la otra, allá íbamos.

Lo peor de lo peor era cuando llegabas y no encontrabas papel en la mesa. ¡Buf! Yo estaba toda la tarde que no sabía que era lo que iba hacer. Pensaba hasta que se me hacía el cerebro caldo de pensar. ¿Y si se les olvidó dejar el papel? ¿Y si estoy aquí toda la tarde en casa y me necesitan? ¿Me reñirán por no ir?... ¡madre de Dios! Si te dejaban el papel, malo, porque tenías que irte toda la tarde a trabajar como un burro, pero peor era cuando no te lo dejaban.

Una de las cosas que más odiaba yo, era que igual llegabas de la escuela y me decía mi madre:

—¡Hala! Merienda que tienes que ir a llevar la molienda al molino.—¡Hombre no me jodas! Acabo de subir de Vibaño… ¿y tengo que volver a bajar?
Y como antes eso de decir que no, no existía, por lo menos en mi casa, pues con siete años ya sabías decir tacos, era la única manera que tenías de descargar la rabia, la ira y esas cosas.

Ahora llevarían al niño al psicólogo, antes no, antes echabas unos tacos por el camino y venías para casa como nuevo.

Pero eso no era lo peor, lo peor era que la molienda te la mandaban en una burra que teníamos negra, que cuando ponía las orejas para atrás y empezaba a hacer cosas raras con la boca, como si comiera chicle o algo así… ¡ya podías correr! Ya podías correr porque mordía la jodida. Asi es que te tenías que plantar en molino de Amada con aquel animal que yo le tenía más miedo que vergüenza.

Llegabas allí y salía Amada la pobre a cogernos la molienda y nada más quitarle el peso de encima… salía corriendo que no la cogías hasta Rioseco. Llegaba siempre un cuarto de hora primero que yo, porque además no te lo pierdas, sabía el camino de memoria, que siempre me pregunté yo que pa qué me mandaban a mi con ella, si total, a mi ni me veía tan siquiera, ni me obedecía ni nada. Ella, nada más le ponían el maíz encima salía corriendo y no paraba hasta que llegaba al molino, y cuando llegaba al molino, nada más que le quitaban el peso de encima, ya no paraba de correr hasta Rioseco. Ya me direis para que me necesitaba a mí, para nada absolutamente, lo único para morderme si me atravesaba por el medio, que me daba unos tirones en la ropa que me dejaba temblando.

Bueno, el caso es que siempre tenías la tarde ocupada. Al anochecer íbamos para la cuadra, mientras eras pequeño sacabas el abono y dabas de comer a los conejos y esas cosas.
Después que crecias un poco, ya nos enseñaban a ordeñar, teníamos una vaca rubia manca de una teta y en esa aprendí yo. Era muy cómoda de ordeñar porque tenía las tetas muy grandes y como solo tenía tres… pues terminabas antes.

De vez en cuando te pegaban alguna patada, o con el rabo… pero enseguida aprendías y cuando ya sabías bien, te tocaba madrugar por la mañana para ordeñar. Ibas ascendiendo así.

Enseguida, de bien pequeños nos empezaba papá a dar clases de tractor, sin teórica, solo la práctica. Despacito y tal y cual, ibas aprendiendo a pilotar y ya enseguida nos dejaban llevar el tractor a los prados que eran más llanos y traer la hierva verde… yo le decía a papá:

—Papá, ¿me dejas meter cuarta?
Y é me contestaba:
—Vale, pero solo hasta el Toral, después en tercera.
Y yo venía pasada de contenta y le decía a Vicen:
—Hala! Papá me dejó meter cuarta hasta el Toral, ¡¡¡chincha!!!
Y así poco a poco, por las tardes y los fines de semana nos iban enseñando a hacer de todo. Las noches eran para hacer los deberes, cenar y para la cama, que otro día nos esperaba.

Bajábamos a Vibaño a la escuela por la mañana, subíamos a comer a mediodía, volvíamos a bajar y volvíamos a subir por la tarde. Con un poco de suerte, no nos tocaba bajar otra vez con la burra al molino o a comprar a la tienda de la Vega.

Los niños de ahora tienen un poco más de suerte que nosotros, van y vienen a la escuela en taxi, llegan y se tumban en el sofá a jugar con la Play. Meriendan sin mirar lo que comen porque tienen todos los sentidos puestos en la pantalla. Es cuando empieza la madre a machacar para que hagan los deberes, les entra por una oreja y les sale por la otra y cuando llega la noche… ellos siguen en tal estado. Para que cenen hay que reñir y después ya hacen los deberes al trote y corriendo y si no, los llevan sin hacer, total, que más da.

Como no ponen arte hay que apuntarlos a clase particular los lunes, miércoles y viernes. Los martes tienen kárate para que echen brazo, los viernes futbol pa que haga deporte, respiren aire puro y tengan amigos. Y los sábados van a informática para que no se quede atrás en estos tiempos que corren.

Sin duda la vida dio un cambio radical ¿para mejor?

Resumiendo, antes llegábamos y quitábamos la ropa lo primero, ahora no la quitan porque total no se manchan, además, está mal visto repetir modelo dos días siguidos. Los campin azul marino, ni los conocen.

Ellos tamién tienen papel encima la mesa, pero el de ellos pone que tienen el bocadillo hecho en el armario y el colacao en el microondas nada más para ponerlo a calentar.

Ellos tienen ingles los lunes, miércoles y viernes, nosotros teníamos clase de ordeñar. Los martes tienen kárate, nosotros lanzamiento de azada (si te ponías tonto). Los viernes futbol, nosotros footing detrás de la burra. Los sábados informática, nosotros, clases prácticas de tractor. El domingo ellos descansan, nosotros… no.

Y con todo y eso, yo no les cambiaba la infancia mía por la de ellos por nada del mundo, trabajando como burrinos, pero éramos felices así porque no conocíamos otra cosa, no como los de ahora, que no se contentan con nada.

Es como el chiste ese que dice uno a otro:

—¿Tú que prefieres tener, doce hijos o doce millones de pesetas?—¡Coño, vaya pregunta! Yo prefiero los doce millones.—Pues yo no, porque con doce hijos ya tienes bastante, pero con doce millones de pesetas… todavía quieres más. Jej

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